sábado, 6 de marzo de 2010

momentos


La laca de uñas, incluso le vernis de mi adorado Chanel, no aguanta inalterable más de dos o tres días.
Los perfumes, por exclusivos que nos parezcan, no resisten a nuestro olfato más de una semana. Después ya no los percibimos, aunque los demás si lo hagan.
El brush de mis mejillas no soporta más de cuatro horas encima de ellas.
La sombra de ojos se convierte en una línea entre el pliegue de mis párpados a las pocas horas de haber sido aplicadas.
El carmín se absorbe en la boca al rato de haber sido expuesto a la saliva.
Cualquier lagrimita de nada acaba con el mejor Diorshow.
Aunque no lo parezca hasta el Kohl más exclusivo acaba en el clinex.
Pasamos un buen tiempo antes de salir de casa para estar o parecer perfectas, y solo disfrutamos de lo bien que nos ha quedado el maquillaje un momento, el momento del último retoque en el ascensor antes de salir de casa. Al llegar al punto de encuentro ya no está igual. Aunque ha merecido la pena, esos 30 minutos de ritual, elección de los colores según la ropa que hemos elegido, la intensidad de la aplicación según el lugar y el motivo del encuentro. Si nos ponemos o no base según con quién hayamos quedado.
Porque seamos realistas, no es lo mismo, no nos maquillamos de la misma forma para ir al teatro con un@ amig@ que para ir a cenar con amigAs. De la misma manera que no medimos lo mismo ni nos ponemos los mismos pantalones.

Aunque sigo pensando lo mismo, el único momento que es nuestro es el minuto que pasamos frente al espejo del ascensor dudando aún si la elección de los pendientes ha sido acertada.

Lo efímero de las cosas. La relatividad de las cosas.

3 comentarios:

Lacuerda dijo...

Que gran verdad. Yo nunca estoy contenta con el resultado, y eso que no soy de maquillarme mucho. Luego ves las fotos de la cena y dices "¿pero quién me maquilló así, si parezco la Carmen de Mairena?"

chuscartes dijo...

tot és efímer. Fins i tot l'artificialitat de la bellesa. la termodinàmica acava guanyant a la línea psicológica.

Dorothy dijo...

Veo que no soy la única a la que le pasa... El pink kiss de las mejillas tengo que retocarlo un par de veces al día y el cristal de la maravillosa ánfora que esconde el kohl de Guerlain trabaja de lo lindo el día que decido usarlo. Sólo he conseguido domar dos cosméticos: la máscara Blackout y el rouge Roulette Red de Dior. Para que el primero no se descomponga sólo tengo que mirar al cielo cuando creo que se escapa una lágrima y el segundo permanece intacto en los labios si no como, ni bebo, ni beso... A veces también me parece que el perfume se ha disuelto en el tiempo, pero por suerte siempre hay alguien que te recuerda lo bien que hueles. La suavidad de un buen pintalabios, el ruido denso del pincel de un rímel hecho con kohl de verdad saliendo del bote son placeres a los que no renuncio. Por muy efímeros que sean.